Un Barco. Unas gradas. Un vestido.

Hace poco tuve la oportunidad de visitar por primera vez Israel, la tierra Santa. Visité una variedad de lugares con un encanto extraordinario, desde Cesárea, el gran puerto romano y una de las mayores excavaciones arqueológicas en Israel, como también Meguido - Una colina fascinante, que contiene 25 antiguas civilizaciones superpuestas una sobre otra en lo que hoy parecen solo ruinas al ojo que va sin un guía. Visité también la moderna ciudad de Tel Aviv, la capital comercial de Israel, la cual es también centro cultural y un destino turístico perfecto ya que se encuentra en el mar Mediterráneo. Pero mi viaje a Israel no fue sólo la experiencia habitual de turista en tierras extranjeras, para mí fue toda una aventura en la que después de 12 horas de viaje sentí como si hubiese llegado a mi casa.

En Jerusalén me encontré con mis ruinas favoritas, las ruinas del templo que fue destruido en el año 70DC, este es el templo que Jesús visitó y aun quedan los peldaños de la entrada principal. Allí, descubrí una verdad muy grande sobre nuestro caminar en la vida cristiana. Los escalones del templo fueron edificados dos pequeños y uno grande, de manera que nadie podía correr hacia el templo: esa es nuestra tendencia natural. Así que, Dios coloco las gradas para que nuestros pasos fuesen mas consientes y trabajaran en contra de nuestra tendencia natural de acostumbrarnos al paso que llevamos y ya no poner atención al “lugar” que pisamos. Los griegos edificaban los escalones de una manera diferente, los de ellos eran altos. Pero nuestro Dios trata a sus hijos con caminos disparejos e irregulares. Los momentos de desesperación pueden ser los escalones largos que nos hacen detener y considerar nuestros pasos y entender que no importa las circunstancias, como hijos de Dios, estamos en su presencia y debemos detenernos a escuchar su mensaje para el resto del camino. Hay que poner atención, no podemos correr, El no nos lo permite.

El rey David escribió salmos para ser cantados mientras se caminaba por las gradas del templo o en el acenso a Jerusalén y los versos eran igual que las gradas del templo: dos cortos y uno largo. En hebreo se llaman a estas canciones, Mala: salmos de los escalones mientras ascendemos al templo. Podían haber 50,000 personas caminando el templo en un tiempo determinado y uno de los salmos que se cantaban era el salmo 133, “Mirad que bueno y que agradable es habitar los hermanos juntos en armonía…”
En la vida, no podemos escoger el ritmo de subida, pues los “escalones” son los que nos dirigen, pero podemos escoger la canción que cantaremos mientras ascendemos a nuestro destino.

Meditación escrita por Rebeca Knowles, reconocida conferencista y presentadora del segmento radial y televisivo «Un minuto con Dios»
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